VIERNES SANTO
Tu madero
me llegaba, Señor, desdibujado.
Eludía contornos.
Cualquier forma concreta me arañaba el espíritu.
Pero, a pesar de ello, tu madero, Señor, se perfilaba
en el cordial ambiente de la tarde.
Aquel niño que al viento
lanzaba su molino
de papel y colores
lo acercaba a mis ojos. Los hería de pronto.
Aquellos seres mínimos y tuyos,
que estrenaban vestidos
para festejarte,
me traían tu voz.
Aligeraba el paso (oh Señor, caminar en distancia
sin sonidos hirientes
por lo azul de mis venas),
pero tu voz seguía
persiguiéndome
por el asfalto sin circulación.
Tus palabras,
tus últimas palabras del Calvario,
eran el aire que me circundaba.
No respiraba apenas.
Me dolía tragarlas. Unirlas a mi sangre miserable.
Acaso,
una sola vibró
en el aliento turbio. Suspendida.
Cuando tuviste sed
dijiste: ELVIRA.
Poema para un viernes santo
viernes, 29 de marzo de 2013
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