La llegada de Karol Wojtyla al frente de la Santa Sede en 1978 inspiró en su país de origen movimientos sociales y políticos que pusieron fin a un régimen autoritario y lo introdujo en el desarrollo. La opinión de Lech Walesa
Crédito foto: Télam
El sistema económico polaco, hasta la llegada de Juan Pablo II, se caracterizaba por una fuerte intervención del Estado en la economía y en la vida de sus habitantes. El gobierno fijaba los precios de casi todos los bienes y servicios y existía un férreo control cambiario. Polonia en esos tiempos no mantenía relaciones en buenos términos con el mundo occidental y desarrollado, y - practicamente - no recibía inversiones extranjeras. El sistema político imperante restringía las libertades individuales, controlaba al Poder Judicial y no permitía el ejercicio del periodismo independiente.
En el comienzo de la década del 70, la economía de Polonia padeció una etapa de estancamiento con elevada inflación. La infraestructura vial y de ferrocarriles era obsoleta. Lo mismo que su sistema de comunicaciones. Las políticas en materia energética habían hecho de Polonia un país importador de petróleo,generándole un abultado déficit comercial. Hacia 1977, el Producto bruto alcanzaba los u$s47.800 millones. En ese mismo año, el PBI argentino –un país con un número similar de habitantes- era de 67 mil millones.
El año 1978 representó un cambio trascendente e inesperado para Polonia.En la tarde del 16 de octubre el pueblo polaco recibio la mejor noticia de su historia:El cardenal polaco Karol Wojtyla era el nuevo líder universal de la Iglesia Catolica. La noticia que nadie imaginaba produjo una corriente de aires nuevos: renacieron los movimientos opositores en la politica y el sindicalismo, y gran parte de la prensa le puso fin a la censura y autocensura. En muy poco tiempo se pudo observar el cambio de régimen y el resurgimiento económico. Solo veinticuatro meses después el producto bruto interno de Polonia era un cincuenta por ciento mayor.
El carismático Juan Pablo II fue uno de los principales símbolos del anticomunismo y un auténtico escollo para la continuidad del régimen de Varsovia. A la sombra de su influyente prédica en el mundo crecieron las manifestaciones lideradas por Lech Walesa, fundador del sindicato independiente Solidaridad, en el astillero de Gdansk, que pusieron en jaque al gobierno de Wojciech Jaruzelski. En los sucesivos 13 años, Polonia atraveso una transición política que cambiaría definitivamente su fisonomía.
El retraso tecnológico de la Unión Soviética, en especial en telecomunicaciones e informática, habían dejado su economía con niveles de crecimiento nulo y muy retrasada en términos de competitividad frente a al avance de los EEUU y Japón.
Con la llegada de las reformas impulsadas por Mijaíl Gorbachov, que desembocaron en la desintegración de la URSS, la apertura política en Polonia fue ineludible. La renovada influencia de la Iglesia Católica y los sindicatos, doblegaron al régimen comunista. El premio Nobel de la Paz otorgado a Walesa en 1983 fue otro factor de presión para el debilitado gobierno en el plano internacional.
Las reformas eliminaron paulatinamente los controles de precios y los subsidios industriales, en un marco de apertura comercial e inflación contenida. Europa occidental, con Alemania a la cabeza, se convirtieron en los principales compradores de los productos polacos.
La economía de Polonia, perfilada para complementarse con el bloque socialista, debió adaptarse a la demanda global. La producción de acero, aluminio y cobre le otorgó una nueva relevancia mundial. El intercambio con Alemania, a la que empezó a proveer de piezas para sus fábricas, posibilitó a la vez incorporar un elevado grado de tecnificación. La actividad fabril ganó en diversificación, y abarcó los sectores petroquímico, electrónico y se extendió a astilleros y automotrices.
De su tradición agrícola, Polonia conservó el liderazgo europeo en la producción de papas y remolachas, además de poseer importantes rodeos vacunos y porcinos.
En la actualidad, el PBI de Polonia –con una población de 40 millones de habitantes y un territorio equivalente al diez por ciento del argentino -asciende a unos u$s520 mil millones.
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