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“Yo sé que tengo un don especial de Dios que no puedo explicar”

jueves, 28 de marzo de 2013

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“Yo sé que tengo un don especial de Dios que no puedo explicar”

Entrevista exclusiva con el Padre Ignacio, el carismático sacerdote que congrega multitudes en Rosario. Admite que “hay cosas” que puede percibir al dialogar con la gente. Asegura que descubrió esa cualidad cuando tenía entre 12 y 14 años y que le gustaría vivir en Paraná.

El padre Ignacio, distendido y sonriente. Así se mostró a lo largo de las dos horas en las que dialogó con La Capital. (foto: La Capital)EL PADRE IGNACIO, DISTENDIDO Y SONRIENTE. ASÍ SE MOSTRÓ A LO LARGO DE LAS DOS HORAS EN LAS QUE DIALOGÓ CON LA CAPITAL. (FOTO: LA CAPITAL)
María Laura Favarel Especial para UNO Medios

Es de noche, el padre Ignacio llega acompañado por Guillermo, su colaborador más próximo, quien abre las puertas de un pequeño comedor junto a la parroquia Natividad del Señor, en el corazón del barrio Rucci. Saluda a todos los que cruza en su camino, entra a la iglesia y a paso rápido se dirige al encuentro de UNO Medios (la entrevista fue con periodistas del diario rosarino La Capital) para conceder por primera vez a este medio una entrevista en exclusiva en la que no eludirá ningún tema.

“Sé que tengo un don especial de Dios que no puedo explicar”, admite consciente de que ese “don” es el que congrega a miles de personas cada día que aguardan horas para esperar su bendición. “Hay cosas que puedo percibir... puedo darme cuenta si se trata de un dolor físico, psíquico o espiritual”, señala.

Abierto, sencillo, franco. El padre Ignacio Peries logra que quienes están con él se sientan cómodos y el diálogo fluya ameno. Y aunque su fama crece cada vez más, no se siente el centro de nada, ni lo quiere ser. Remarca que es “un instrumento” para ayudar a los demás y reniega del rótulo de “cura sanador”. “Yo nunca curé a nadie, quien sana es Dios y la fuerza de la fe del enfermo”, sostiene.

—¿Pero usted tiene un don especial?
—Sí, sé que Dios me dio una gracia, pero no puedo explicar en qué consiste. Va más allá de mis conocimientos. Soy un instrumento, yo nunca sané a nadie. El que cura es Dios. Yo invoco la gracia y luego la fe de la persona interviene. Es como dijo Jesús: “Tu fe te salva”. Yo nunca dije que soy sanador, nunca. Sé que digo cosas a la gente o que toco el lugar donde hay un problema, y hay muchos testimonios de sanación y de gente que viene a agradecer, pero la sanación la hace Dios y depende en gran medida de la fe de esa persona.

—¿Ve algo cuando una persona se acerca a recibir su bendición?
—Hay cosas que puedo percibir, pero también muchos me dicen lo que necesitan: si están enfermos de cáncer, si buscan trabajo o si quieren un bebé. Yo puedo darme cuenta si se trata de un dolor físico, psíquico o espiritual. Después actúa Dios. Mi vocación es despertar la fe para que a través de ella la persona encuentre la solución que necesita. No se trata de abrazar, consolar, emocionar o desmayar. No es un consuelo físico lo que puedo dar sino espiritual. Lo más importante es eso, lo demás (desmayos, lágrimas) es secundario.

—¿Qué pasa si quien se acerca no tiene fe o no es católico?
—La sanación depende mucho de la fe, pero cuando quien llega a mi viene con humildad y me dice “Padre, soy ateo, no creo, no pertenezco a la Iglesia”, yo sé que él también puede sanar, porque de alguna forma pide o cree que existe algo más allá de lo humano, que nosotros llamamos Dios, Dios Padre, Jesús. Respeto mucho a las otras religiones, porque si bien no son iguales que la Iglesia Católica Apostólica Romana, todas tienen su forma de buscar a Dios.

—¿Cómo se dio cuenta de que tenía un don?
—(Piensa) Me di cuenta... cuando tenía 12 o 14 años, pero no fui totalmente consciente.
Me pasaron varias cosas con los enfermos de mi pueblo. Cuando tenía 12 el párroco me invitó a visitar a los enfermos y cuando yo los tocaba me decían “padre, padre”. La primera vez fue con una viejita ciega que nos conocía de toda la vida, pero cuando yo la toqué me dijo “padre”. Le respondí: “No, no soy el padre”, pero ella me contestó: “Tu mano tiene calor sacerdotal”. Yo me asusté y no quise volver. Pero un año más tarde me pasó lo mismo con otro señor que estaba medio ciego. Otra vez, lo toqué y dijo “padre”. Esta vez el párroco estaba conmigo y le dije que el padre estaba allí, que yo sólo era un amigo. El viejito me dijo: “Tu mano tienen calor sacerdotal”. Entonces el cura fue muy bueno y me explicó que tal vez Dios tenía una vocación para mí y que podría ser el sacerdocio.

—¿Y en qué momento empezó a ejercer ese don?
—Yo tenía ciertos miedos. Cuando entré a la facultad (estudiaba Derecho) me fui a otra ciudad y volvía a mi casa en vacaciones. Una vez mi papá me pidió que ayudara a los chicos del pueblo en las materias escolares porque no podían pagar una maestra particular. No me gustó y me enojé. Y ahí fue cuando mi papá me miró y me dijo: “Dios te dio tanto... Aprende a compartir al menos así” (hace un gesto para indicar un poquito). No hablé más y lo hice. Cumplí porque me lo había pedido mi padre, le tenía mucho respeto. Cuando volví a la facultad un día recibí un sobre muy grande que tenía 40 cartas. Eran de los chicos que me agradecían lo que les había enseñado. Todos habían aprobado Matemática y Lengua con buenas notas. Esa experiencia me cambió. Ahí me di cuenta que podía dar algo de mí para mejorar la vida del otro y ahí empezó mi proceso vocacional. Me fui a Inglaterra al seminario y desde el día en que me ordené sacerdote, en Gales, comenzó a desarrollarse más este don.

—¿Qué dolor es el que más ve en la gente?
—El ser humano sufre mentalmente, psíquicamente, emocionalmente y también hay muchos problemas familiares que producen dolor.

—¿Todos estamos enfermos?
—En cierta medida sí, porque sufrimos por algo, un cáncer, la falta de trabajo, un hijo con algún problema...

—Después de ver tanto dolor, ¿no termina afectado?
—No, creo que Dios me dio la gracia de sentir el amor del otro, también por cosas que pasé en la vida. A veces me duele ver tanta gente que sufre, que busca la última esperanza de vida, pero no me afecta mi estado físico ni psíquico; al contrario, me produce una gran alegría poder ayudar a la gente, a la que atiendo con todo amor.

—¿Se siente especial por tener ese don?
—No, yo soy uno más, como los demás. Cada uno tiene sus dones y a mí Dios me eligió para esto, no fui yo quien lo decidió. Estoy agradecido pero también sé que tengo una gran responsabilidad y me preocupa la expectativa que tiene la gente. Siempre aprendí a caminar en la tierra, no a volar en el cielo. Hay que tener en claro que no soy un ángel, ni un dios, ni un extraterrestre, soy un ser humano más. Hay gente que habla de dones y los explica, pero yo personalmente no sé cómo hacerlo, habría que entender la cabeza de Dios.

Le gustaría vivir en Paraná

Ignacio Peries llegó a Rosario en 1979, en plena dictadura militar.

Nació el 11 de octubre de 1950 en Sri Lanka (ex Ceylán) y tiene ocho hermanos. Fue ordenado sacerdote el 29 de julio de 1979 en Gran Bretaña, en la congregación Cruzada del Espíritu Santo, de la cual hace 12 años que es su superior.

Antes de llegar a Rosario estuvo en tres meses en Tancacha, provincia de Córdoba.

Vivió los años de dictadura sin grandes sobresaltos pero lo que se acuerda es que en ese momento usaba barba y por eso los militares lo detuvieron varias veces. Además, todavía no tenía documentos. En una oportunidad, recuerda ya con una sonrisa, un vecino que era militar lo fue a rescatar.

Sus primeros recuerdos de Rosario no son muy agradables. “Cuando llegué acá (por el barrio Rucci) todo era un gran basural. La parroquia un pequeño galpón sin ventanas donde no venían más que cuatro o cinco personas”, relata y confiesa que en ese momento tuvo ganas de volverse. Pero el entonces obispo de Rosario, monseñor Guillermo Bolatti, le pidió que se quedara, y así lo hizo.

“Venían enfermos, no sé por qué —acota— pero llegaban y me pedían la bendición”, cuenta el cura que pocos años más tarde pasó a recibir a cientos de miles de fieles.

Se quedó en Rosario por el aliento de Bolatti, luego por el arzobispo Jorge Manuel López y sobre todo por monseñor Eduardo Mirás, de quien habla como “un amigo, un padre, un compañero incondicional. Tengo mucho que agradecerle porque me ayudó, me corrigió, me orientó y gracias a él estoy en Rosario”, confiesa y recuerda que Mirás fue el que pidió con todas las fuerzas que Peries se quedara en esta ciudad cuando el superior de la orden, que estaba entonces en Venezuela, quiso que Ignacio se fuera a ese país.

Respecto al actual arzobispo de Rosario, monseñor José Luis Mollaghan, dijo que no tiene “ningún problema” pero reconoce que aún no trabajó tanto como lo hizo con el anterior prelado. Ante la pregunta por el futuro, si le gustaría quedarse o no en Rosario, Ignacio es franco: “La misma misión la puedo hacer aquí o en cualquier lugar del mundo, para mí es lo mismo”, y destaca que una ciudad a la que le gustaría ir es a Paraná. “A otro sacerdote que le debo muchísimo es a Mario Maulión”, obispo emérito de Paraná que ahora vive en la parroquia Natividad del Señor y sigue siendo un consejero de Ignacio.

Hoy recibirá a 300.000 personas

Este año el tradicional Vía Crucis que el padre Ignacio preside cada Viernes Santo va a ser especial, al menos así lo expresó él mismo. “Es el Vía Crucis número 33 que hacemos en forma ininterrumpida, y Cristo tenía 33 años cuando murió...”, reflexionó. La cita es para las 17, para quienes quieran participar de la celebración propia del Viernes Santo, y a las 20.30 comenzará el Vía Crucis desde las puertas de la parroquia Natividad del Señor. El acto terminará a las 23 con la bendición final y las palabras de Peries.

Este año el tradicional Vía Crucis tendrá un lema especial enmarcado en el Año de la Fe que proclamó el papa Benedicto XVI para el 2012. “Para este año quisiera que miremos un poco más hacia nuestro interior, que reconozcamos nuestros defectos, pidamos perdón en el Vía Crucis y que también descubramos nuestras virtudes para poder ejercitarlas en beneficio de los demás”, expresó el padre Ignacio. En este marco, el sacerdote señaló que “todos buscamos la felicidad, que no está en lo material, ni en un bolsillo ni en el éxito, sino dentro del corazón”. Además agregó que invita a “despertar la fe”.

“Todos podemos tener defectos y virtudes. Empecemos a ver las virtudes y a despertarlas para formar una sociedad digna y feliz, y eso depende de cada uno. Problemas hay y Dios nunca deja una cruz sin la gracia para llevarla”. Asimismo, Ignacio aconsejó resolver los problemas aferrados a la gracia de Dios y confiados en que El dará las fuerzas. En este marco, animó a los que asistan a recuperar los valores morales y espirituales. Por último, expresó su deseo de que “todos encuentren la paz que falta en la familia, en la sociedad y en el interior de cada uno. Quisiera que los que vengan aprovecharan el Vía Crucis como un momento para pedir perdón a Dios y pedir la gracia para llevar la cruz sin perder la felicidad de nuestra vida”, indicó.

Respuestas al aborto, divorcio y la educación sexual

El padre Ignacio Peries no evade los temas controvertidos y responde con claridad ante el aborto, el divorcio exprés y la educación sexual. Lo hace como sacerdote y desde el lugar de quien escucha a diario muchos relatos dolorosos de mujeres que abortaron, maridos separados y jóvenes con problemáticas sexuales.

Aclara que la Iglesia no condena a nadie. “Ni el aborto ni la homosexualidad ni el divorcio son cosas nuevas, son de siempre”, acota antes de responder puntualmente a cada tema. Destaca que hoy “la sexualidad perdió el pudor. Todo problema sexual está sobreexpuesto por los medios de comunicación.

Hoy un menor abusado sale en todos los diarios, pero ¿a quién se hace daño? Se margina más a una criatura y se la condena para toda la vida. Hay mucho que fortalecer desde la familia antes que llegar al aborto, la violencia sexual o los problemas de homosexualidad”, sostiene.

“Es muy importante cómo se orienta a los niños”, dice y critica la educación sexual que llega desde el gobierno para las escuelas, porque “contamina a los niños. Darle un preservativo a un chico de 7 o 10 años es quitarle la inocencia, y esto tiene consecuencia, porque una vez que se daña a una persona es difícil de curar”. Para el sacerdote, “la homosexualidad es un problema psicológico”. Sobre el aborto, en tanto, es taxativo: “La Iglesia tiene que decir que el aborto está mal, pero no condena a las mujeres que abortaron”.
 
En la parroquia acuden a él muchas mujeres que han abortado. “Llegan con un vacío muy grande y mucho sufrimiento. Ese dolor profundo surge cuando recapacitan y reconocen lo que hicieron. Yo no las condeno. Jesús no vino a condenar sino a dar la vida, y la enseñanza de la Iglesia es intentar que las mujeres no lleguen a la instancia del aborto”, sostiene. “Hay que pensar que una mujer que se somete a un aborto no está totalmente consciente, al menos eso me muestra mi experiencia. A veces lo hacen por vergüenza, por impotencia o por venganza o rechazo al novio o marido. A veces la presión social es muy fuerte y hay que contemplar la realidad de cada mujer”, subraya el carismático sacerdote.

Divorcio exprés

Ante las modificaciones al Código Civil que permitirán divorciarse antes de los tres años que estipula la legislación, el sacerdote es tajante. “Los valores de la familia nunca van a morir”, remarca. Ignacio considera que los políticos tienen que dar soluciones a problemas sociales, pero explica que él se rige por los 10 mandamientos y que debe dar una respuesta espiritual. “La Iglesia dice que el matrimonio empieza desde el momento en que dos personas dicen “sí” para siempre, un momento inolvidable, que no se puede borrar, aunque luego se separen”, subraya. En este sentido, destaca que “más allá de la ley civil y del divorcio, hay que seguir cuidando de los hijos y respetando a la mujer que fue la esposa”. Y abunda: “El Evangelio proclama la civilización del amor, respetar a las mujeres, no usarlas, y nosotros nos ocupamos de la conciencia de la gente”.
 
Acota que la Iglesia también contempla los casos en los que es conveniente la separación de los esposos, pero “no por eso se pierden las responsabilidades”, reflexiona.

El entredicho con dirigentes de Vox

Enterados de las declaraciones del padre Ignacio, desde la asociación civil Vox expresaron su más “profundo dolor y sorpresa” por los dichos del padre Ignacio Peries, en especial cuando define a la a la homosexualidad como un “problema psicológico”. Y en respuesta a esas palabras, Ignacio los convocó a dialogar. Lo cierto es que el presidente de la Federación Argentina de Lesbianas, Gays, Bisexuales y Trans, Esteban Paulón, recordó que hace ya 22 años la Organización Mundial de la Salud (OMS) la eliminó de su listado de enfermedades. Las palabras del religioso son entonces refutadas por las organizaciones que defienden la igualdad de derechos y la plena libertad en la orientación sexual. Algo que, por otra parte, en la Argentina goza de reconocimiento social y legal.

Con ese sustento, desde la Federación y Vox expresaron estupor y rechazo a las palabras del sacerdote. “Que nos trate de enfermos y enfermas sólo se puede entender como efecto de la ignorancia”, afirmó el titular de Vox, Guillermo Lovagnini, quien sin embargo también definió a esas palabras como “peligrosas” porque “pueden terminar avalando acciones violentas”.

Además, recordó que a lo largo de sus 30 años de lucha por el respeto a las minorías sexuales “nunca” hubo siquiera un “cruce” con la Iglesia Católica, más allá de diferencias obvias de posición pero que siempre se mantuvieron en un marco de “mutuo respeto”. Por eso, así como Paulón sostuvo que “sería importante que el padre Ignacio se rectificara públicamente”, Lovagnini le tendió otro puente. “O que nos reciba, que nos invite al diálogo”, sugirió. Los militantes se mostraron mucho más preocupados que ofendidos, ya que evaluaron el impacto social que podrían generar las palabras proferidas por el popular sacerdote.

“Hay que ser muy cuidadoso con el discurso”, afirmó Paulón, convencido de que aunque al padre Ignacio “el matrimonio igualitario o las cosas que ve en la calle pueden gustarle más o menos, jamás podrá desentenderse de las consecuencias de lo que dice”. Tensando la cuerda, afirmó que concebir a la homosexualidad como un problema, una enfermedad o una aberración habilita a que “quien recientemente mató a Daniel Zamudio pudiera estar pensando que a golpes lo estaba liberando de algo”. De una condición que tanto el que discrimina como el que golpea “sencillamente no puede soportar”. Paulón aludió, de ese modo, al joven chileno que fue salvajemente atacado por neonazis.

Lovagnini y Paulón recordaron que la homosexualidad fue excluida de los manuales médicos como enfermedad psíquica por la prestigiosa Asociación Psicológica Americana ya en 1975.
En el país, incluso a nivel legal, en julio el Congreso aprobó el matrimonio igualitario, una ley “histórica, votada por los representantes que el propio pueblo eligió” y que demuestra que “la diversidad sexual existe, es válida y en la Argentina tiene protección y garantías”.

Cómo es un día en la vida del cura

“Quiero ser uno más”, repite Ignacio Peries y para remarcarlo cuenta que cada día se levanta, desayuna, limpia, lee y reza. Dedica varias jornadas al colegio Natividad del Señor o a los chicos del seminario, y por las tardes se ocupa de lleno a los enfermos.
 
Con sencillez, dice que su mejor manera de descansar es dormir, aunque solo sean cuatro o seis horas por día.

Aunque describa su rutina de manera tan simple, quien haya acudido alguna vez a su parroquia habrá podido comprobar la ferviente actividad que lo absorbe. Sobre todo las largas horas que pasa prodigando bendiciones. Sin embargo, admite que no se cansa. Lo considera parte de su don. “El amor a los enfermos me da fuerzas y cuando me abrazan y me piden ‘dame al menos dos años para vivir’, me dan más energía para ayudarlos”, se sincera.

Aunque las multitudes lo aclaman y la gente dice que busca al padre Ignacio, el cura es tajante: “La gente busca a Dios. Vienen en busca de algo más allá de Ignacio. Yo solo soy un instrumento”, remarca. Y mientras el mundo muere por un minuto de fama, este sacerdote dice que a él no le interesa. “No busco fama ni poder, solo quiero transmitir fe y esperanza. Quiero dar un poquito de mi vida para mejorar la de los demás. No me creo nada. Si Dios me dio un don, lo tengo que compartir”.

Respecto a la crítica que se le hace a los colaboradores que impiden que la gente se le acerque, él dice que nunca deja de atender a nadie, pero reconoce que muchas veces la gente se queja porque tiene que esperar. Destaca que los enfermos no tienen impaciencia y que en 33 años “nadie pasó antes por más que me ofrecieron plata”, y subraya: “Aquí tratamos a todos por igual” y aunque llegue la mismísima presidenta Cristina Fernández, Ignacio asegura que también tendría que esperar.

Cuenta con una sonrisa que hubo quienes le ofrecieron aviones, dinero, pero él remarca: “En 33 años jamás acepté nada”. El fenómeno comercial que se generó en torno a Ignacio no se puede negar. Sin embargo, el padre se pone serio y dice: “Nosotros no lo podemos controlar. Les pedimos que no lo hagan, pero vienen llorando y nos dicen que con eso están comiendo. No tenemos nada que ver”, dice resignado. Pero enseguida se repone y ríe pensando en voz alta.
 
“La verdad es que la mayoría de la gente del barrio me aguanta. El día que no bendiga más, ya no habrá más problemas”, concluye.
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